Víctor Monge SERRANITO

(Semblanza)

Y Víctor

Serranito es un artista completo. Nos quedaríamos cortos al llamarle guitarrista flamenco, porque a lo largo de los años ha demostrado una dimensión musical mucho más amplia, multidisciplinar y polivalente.

Crítica, público y compañeros de profesión lo consideran uno de los mejores guitarristas de la historia, a pesar de que su camino haya estado salpicado de circunstancias desfavorables que poco o nada le han ayudado.

Son muchos los años que no ha sido posible encontrar la discografía de este maestro por el cierre de su sello discográfico, ni ha existido curiosamente una apuesta mediática que ensalzara la figura de uno de los más geniales guitarristas del siglo XX. Incluso es difícil encontrar información donde se hable de Serranito sin recurrir a la fácil y odiosa comparación, o sin asociarlo con la línea que en su día abrió el maestro Montoya, y que realmente es el inicio de la guitarra contemporánea, no identificable con una escuela concreta, y por tanto padre espiritual de todos los guitarristas posteriores.

El toque de Serranito se ha caracterizado siempre por ser virtuoso. Pareciera que tanto virtuosismo impidiera apreciar la riqueza armónica de sus composiciones, la elegancia musical y su desarrollo artístico sobre el escenario. Su expresión está dentro de la estética flamenca, pero su discurso es universal, quizá por ser delicado, quizá por su belleza, quizá por su tensión, quizá por haber cogido lo mejor de cada casa, que de todo hay…

Su compromiso como guitarrista de cabeza de pelotón siempre ha estado sometido al interno debate entre la creación y la improvisación, entre la obra de arte y la norma, entre la búsqueda del absoluto y la expresión del sentimiento. Conseguir su propio equilibrio ha propiciado en Victor la renuncia a determinadas formas estereotipadas del típico artista flamenco. Ese es el verdadero elemento diferencial y la fuerza de este maestro, que por encima de flamenco se sabe músico, y por encima de músico, persona. Una conversación con Víctor, con la persona, es como un paseo en barca por una playa sin olas y con un agua cristalina, que a poco que te asomes, ves el fondo con clara nitidez, con la extraña sensación de que nunca volcarás, porque quedan lejos las tempestades y los malos tiempos. Es como una ventana que promete e invita a un paisaje equilibrado y austero, en el que intuyes que nunca tropezarías y del que sabes que siempre estará ahí, inalterable, porque es así, y no puede ser de otra forma.


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